Pastora Jeannette González de Véjar
Les invito a leer en Rut 4:14-15
"Y las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el cual será restaurador de tu alma, y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es de más valor para ti que siete hijos."
Hablaremos de estas dos tremendas mujeres.
En la sección de los libros históricos de la Biblia nos desviamos del camino principal de la historia hebrea con sus actos heroicos, con sus violencias, con sus guerras para adentrarnos por un sendero que nos conduce a la vida doméstica.
Esta es una historia de amor, ansiedad, sufrimientos y dulzura que llena el corazón humano. El libro se llama Rut, pero si no estuviera Noemí no existiría Rut, si no estuviera la suegra no estaría la nuera.
Hay pocas narrativas que son tan hermosamente conmovedoras como esta. Noemí descubrió durante la adversidad que Dios era bueno . Durante los tiempos malos, Noemí descubrió cuán amable y misericordioso es Dios con afligidos.
Noemí era afortunada por el hecho de que la herencia de su marido se encontrase en los fértiles campos de Belén desde los comienzos de la historia. El frondoso valle que descendía desde la ciudad situada en lo alto de la colina al norte al sur y al este había sido tan productiva que era reconocida como la Ciudad del Pan. Pero aconteció algo inesperado, hubo una gran hambre en esa tierra, los campos fértiles de Elimelec se encontraban despojados y desolados, prevaleciendo en ellos la pobreza y el hambre. Esto conllevó a una cadena de situaciones: la familia emigró a Moab, los dos hijos se casaron con moabitas, al cabo de un tiempo murieron los tres varones dejando a sus viudas desamparadas, por lo cual Noemí decidió regresar a Belén.
Este sermón está dirigido primeramente a las nueras. A las que están en un hogar cómodo y tienen hijos, a las que están bendecidas. «Gracias a Dios estoy bendecida, tengo un buen trabajo (o mi esposo lo tiene), tengo buenos hijos y un buen esposo». Pero ¿se ha detenido a pensar en su suegra, en la madre de su esposo? ¿Ha pensado que sin ella habría sido imposible que existiera esa maravillosa familia de la cual usted está tan agradecida?
Meditemos. Usted también tiene obligaciones con esa suegra, ponga la mano en su corazón, cuando agradezca por su esposo, bendiga el vientre que dio vida al que ahora es su marido. Bendígala. Muchas veces las nueras alejan a sus maridos de su propia madre, ponen a sus cónyuges en una encrucijada, entre la espada y la pared, «Oh tu madre o yo». Mujeres jóvenes egoístas, con toda la vitalidad, han dividio a un hijo de su madre.
Me dirijo a las mujeres que tan egoístamente se han olvidado de esos ancianos que criaron a esos hijos con tantas esperanzas y posibilidades. Quiero tocar el corazón, nuera. Hoy es el día indicado para que vayas y veas a quien has considerado incluso como a tu enemiga; no es tu enemiga, es la madre de tu esposo, del hombre a quien escogiste por amor. Las virtudes en él que tanto te enamoraron ¿quién crees tú que se las sembró y abonó en él?
También me dirijo a los ancianos.
La anciana Noemí, cuyo nombre significa «mi dulzura», decía «¡No me llamen Noemí, sino llámenme Mara [«amarga»], porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura!» (Rut 1:20). ¿Así se siente usted? ¿Amargada en su soledad? ¿Amargado por el abandono de sus hijos? La Palabra del Señor le dice que:«será restaurador de tu alma, y sustentará tu vejez».
Quiero hablar de Noemí, a su lado estaba Rut, una mujer resuelta, muy decidida a seguir a su suegra, pese a que Noemí no quería, pero Rut no la abandonó, porque sabía que la anciana Noemí tenía un futuro desesperanzador e inseguro. No sabía qué pasaría con ella, pero fue capaz de renunciar a su país, a su pueblo, a su parentele y seguir. Esta anciana había perdido todo, pero en la adversidad conoció a Dios, en las amarguras de la desolación, en su profunda tristeza pudo sentir la mano poderosa y gentil de Dios.
Apreciada hermana, incomprendida por todos, que está sola, que ha perdido sus fuerzas, que ha entregado lo mejor de sus fuerzas. El Señor la quiere ayudar, Él la va a sostener, quiere dar fuerzas a su vida cansada. No lo olvide. Está solita, allí en ese cuarto, en ese lecho de enferma, tratando de hacer descansar sus huesos cansados, esa carne ajada por los años, con su rostro marcado por las arrugas, con su cabello blanco. Ya no tiene la belleza de la juventud. Noemí tuvo un encuentro más cercado con Dios, estando ella en gran amargura. ¿En qué estado se encuentra usted? ¡Han habido tantos cambios en su vida! Usted piensa «Yo tenía hijos pequeños a quienes cuidaba, una casa linda,... pero ya no tengo nada. Han pasado los años, ya estoy en el ocaso de mi vida». Pero yo le quiero decir que sí lo tiene todo. El mismo Señor que estuvo con Noemí, en su pobreza, en su dolor, en su soledad, hoy está con usted, Su brazo de misericordia no se ha alejado, aférrase a él con las últimas y frágiles fuerzas que aún tenga
con todo, Jehová me recogerá»
(Sal 27:10).
Les invito a orar:
Amado Dios, en esta hora quiero remontarme a las alturas. Dios de milagros, que has dado vista a los hijos, maravilloso Dios de Israel. Dios mío y Señor mío, pedimos que Su Presencia, que Su Espíritu Santo sople sobre estas personas que están finalizando sus días en la tierra. Tan sólo diga sobre ellos Su palabra y serán consolados. Muchos lloran la ausencia de los hijos ingratos, por quienes dieron los años de su juventud, por quienes sufrieron los intensos dolores de parto. Muéstrese en esas agotadas vidas, Jehová, enjugue las lágrimas de cada uno, sosténgalos fuertemente en Su diestra. Convenza esos corazones de que no caminan solos, que vean que es Usted, el Único y Verdader Dios, el que los acompaña. Usted les toma en Sus brazos y pasa la dificultad por ellos. Cuántos ya han perdido la vista física, ya no tienen la fuerza de su juventud, no hay nadie a su lado, sólo Su Presencia Santa, usted llenará esas habitaciones, mitigue esa angustia producida por el abandono, por la soledad, consuele esos corazones heridos, mi Buen Pastor. Susurre a sus oídos que aunque todos les dejen, con todo Usted les recogerá. Ruego para que hoy puedan sentirle.
También ruego por los pequeños desamparados, conviértase en el Padre de ellos, haga de ellos personas que puedan sonreirle. Dios, conmueva, quite el egoismo de en medio de los pueblos, ponga en nosotros un corazón sensible para reconocer el dolor ajeno. Vamos tras Sus huellas, tras Sus pisadas, para que donde haya un niño que necesita una sonrisa surja el corazón de un siervo y de una sierva para restaurar. Vuélvanos a la misericordia, a aquella que proviene de Su corazón, Padre Bueno. Levante pastores y pastoras que sepan lo que es ir tras la oveja para rescatarla.
Bendiga a estos ancianos, niños desamparados, a los que necesitan, sople en ellos y que Su calor los penetre, mitigue los dolores ahora mismo. Voy a su presencia porque sé que su oído está siempre dispuesto, y para decirles que ya no están solos, porque Usted Vive. Amén.
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